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Columna Rodrigo Castillo en Revista Minería Chilena “Luz al final del túnel”

Chile es y será por mucho tiempo un país minero. El desarrollo, expansión y sustentabilidad de esta actividad ha marcado históricamente nuestro destino, no sólo económico sino también cultural. La minería es aún hoy, y a pesar de mayores y positivos niveles de diversificación de nuestras exportaciones, la principal fuente de ingresos del país.

Hablar de minería es, a su vez, hablar de los principales insumos de esta actividad. Entre ellos, por supuesto, la energía eléctrica es uno de los elementos clave de costo de nuestra producción nacional, por lo que tanto la suficiencia de este recurso como su precio son fundamentales para la viabilidad y competitividad de la producción minera.

Todo el país, en especial los sectores que utilizan intensivamente la energía eléctrica, son conscientes de la evolución que ha tenido este insumo en los últimos años. Y en este desarrollo, sin duda, la crisis del gas natural argentino, entre 2004 y 2006, marca un antes y un después.

Nuestro país había sido, por décadas, altamente dependiente de dos elementos fundamentales para la producción de electricidad: los recursos hídricos, en la zona centro – sur del país, y los combustibles importados, en especial carbón, gas y diésel, en la zona norte. Esta división de matrices productivas, a su vez, se veía marcada a fuego por la división física entre los dos principales sistemas: el del Norte Grande (SING) y el de la zona Centro y Sur (SIC).

[Podemos ver, quizás por primera vez en mucho tiempo, una tendencia a la normalización de los precios, que llega de la mano del desarrollo de nuevas tecnologías, como las renovables y en especial de tipo solar, y de una revolución producto de las reformas en la transmisión eléctrica.]

Los efectos de la crisis del gas, unidos a las dificultades técnicas, sociales y ambientales para la construcción de nuevas centrales eléctricas que se hicieran cargo de los consumos -tanto industriales como residenciales-, a precios razonables, marcaron buena parte de las últimas dos décadas. Si miramos los precios promedio de la energía para clientes libres, en el SIC y en el SING, entre 2008 y 2013, nos podemos encontrar con costos que afectaron nuestra competitividad nacional de una manera evidente y dramática.

Los años perdidos, por desgracia, no se van a recuperar. Sin embargo, a diferencia de lo que podíamos proyectar en 2012 o 2013, en que no se vislumbraba una solución de corto plazo para este fenómeno alcista, a partir de 2014 y hasta la fecha podemos ver, quizás por primera vez en mucho tiempo, una tendencia a la normalización de los precios, que llega de la mano del desarrollo de nuevas tecnologías, como las renovables y en especial de tipo solar, y de una revolución producto de las reformas en la transmisión eléctrica y la interconexión de los sistemas, que debieran permitir vislumbrar un nuevo mundo en materia de costos.

En los últimos tres a cuatro años la principal prioridad público-privada en materia energética ha ido de la mano de promover la competencia y la diversificación de nuestra matriz energética, a efectos de hacernos más independientes y más eficientes en la producción de energía.

Para lograr este objetivo, no sólo se ha actuado directamente en el incentivo a las nuevas fuentes de generación, sino que a la vez hemos modificado las reglas de la transmisión eléctrica, para que éstas sean hoy un factor de promoción de las inversiones en lugar de un cuello de botella para las mismas.

Por supuesto, en materia de inversiones eléctricas todo o casi todo requiere de plazos largos para su materialización. Sin embargo hoy, tal vez después de más de una década de dificultades, podemos ver luz al final del túnel. Para los clientes residenciales, sin duda, pero también para nuestro principal sector productivo: la minería.

Fuente: Revista Minería

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Prensa

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